NUESTRA VIDA DE ORACION VUna Guía para Nuestra Vida Personal de OraciónPor apóstol Dr. Daniel Guerrero
QUINTA PARTE:
Permaneciendo en intimidad con Dios
Desde la Tercera parte, comencé a explicar cómo podemos avanzar hacia la intimidad con Dios, por medio de la oración. Y dividí ese tema en dos partes. En la primera parte vimos una vívida ilustración de cómo podemos superar nuestros propios obstáculos, que llamé crisis de fe, y avanzar en nuestra relación con Dios.
Y en la Cuarta parte comencé a compartir sobre la segunda parte haciendo uso de un esquema del Tabernáculo o el Templo para también ilustrar nuestro proceso de avanzar en nuestra relación íntima con Dios. También dije que ese diseño, o patrón de relación, que Dios había establecido con Su pueblo, que en principio sirvió para el pueblo del primer o antiguo Pacto; también nos orienta a nosotros, el pueblo del nuevo Pacto. Sin embargo, este diseño y estructura sacerdotal, tal como en ese momento fue planteado era imperfecto y no facilitaba la intimidad con Dios, porque estando bajo el marco de la Ley de Moisés, lo que facilitaba era la propia consciencia pecaminosa del sacerdote-adorador (Heb. 7:22-28; 10:1-10; Ro. 7:7-11; 3:10-12). ¿Por qué? Porque tal como el apóstol Pablo nos enseña, el propósito de la Ley era llevarnos a Cristo. El propósito de la Ley era mostrarnos nuestro pecado y debilidad; y por lo tanto, mostrarnos nuestra profunda necesidad de un Salvador (Gál. 3:23-25). Por eso vemos que en el Nuevo Pacto nuestro Señor Jesucristo, Su obra y persona, son centrales y fundamentales para un debido servicio sacerdotal y para entrar y sostener una real y profunda relación espiritual con nuestro Padre celestial. Sólo por los méritos y por la excepcional obra de Cristo en la cruz del Calvario y por la presencia de Su Espíritu en nuestras vidas es que nosotros podemos alcanzar una relación íntima con Dios.
Así que, en esta Quinta parte vamos a profundizar aún más cómo podemos permanecer en intimidad con Dios. Y veamos con detenimiento esos fundamentos que nos permiten esa relación íntima y nuestro ministerio sacerdotal ante Dios.
1.- Los Fundamentos (Hebreos 10:19-21)
1.1. El cuerpo sacrificado de Jesucristo. Él mismo se presentó como la ofrenda, como el cordero santo y perfecto, que era capaz de quitar el pecado de la humanidad (Jn. 1:29,36; Hch. 8:32; 1 Pe. 1:18-20; Ap. 5:5-7). Su sacrificio fue tan perfecto y completo que fue y es suficiente una vez y para siempre, para que tengamos acceso diariamente, no sólo una vez al año, para entrar ante el Gran Trono celestial (Heb. 7:27; 10:19-22).
1.2. La sangre de Jesucristo. Su preciosa sangre igualmente fue suficiente para perdonarnos y quitar el pecado del mundo una vez y para siempre (Heb. 9:11-13; Ef. 1:7; Col. 1:14). Su sangre también nos limpia para el continuo y diario ministerio sacerdotal (1Jn. 1:7). Y Jesucristo con Su sangre también nos hizo reyes y sacerdotes para nuestro Dios (Ap. 1:5).
1.3. El sacerdocio de Jesucristo. El sacerdocio de nuestro Señor Jesucristo, según el orden de Melquisedec, es mucho mejor porque está basado en juramento, en mejores promesas y mejores resultados. Y como vimos arriba, por medio de Su sangre nos ha hecho también sacerdotes para nuestro Dios (Heb. 8:1-6; 9:11-12; 7:11-19; 1Ti. 2:15; 1Pe. 2:9)
Nuestro propio ministerio sacerdotal se basa total y completamente en el sacrificio, la sangre y sacerdocio de nuestro Señor Jesucristo. Por nuestra unión espiritual en Él, por medio de Su Espíritu Santo, nosotros estamos habilitados para entrar confiadamente al Trono de la gracia para recibir oportuno socorro, interceder y ofrecer sacrificios espirituales que glorifican Su santo Nombre (Heb. 4:15-16; 10:19-22; 13:15; 1Pe. 2:4-5).
Nuestra relación y ministerio ante Dios están basados definitivamente, absolutamente y completamente en las obras de nuestro Señor Jesucristo, por lo cual nos garantiza una mejor y mayor relación espiritual con Dios. No es por causa de nuestras obras o por causa de nuestra propia piedad, o méritos sino por Su obra completa y perfecta en la cruz del Calvario y por Su gracia. Así que, nosotros tenemos que confiar en Él y venir ante Dios con fe, confiadamente, con un corazón limpio y humilde totalmente rendido ante Él.
2. Las Etapas (Hebreos 10:19)
Este diseño y esquema del Tabernáculo-Templo nos da muchas pistas de lo que puede ser nuestra relación íntima con Dios y cómo permanecer en ella. Pero también nos orienta sobre cómo podemos ministrar delante de Él en Su Presencia. Una vez más le invito que observe con detenimiento la foto arriba…
2.1. La Primera Etapa: el Atrio. En esta área o escenario era donde se presentaban los sacrificios y alabanzas a Dios, lo que predominaba y sigue predominando es una conciencia de redención y aceptación. Lamentablemente, todavía la mayoría de los hijos de Dios, por causa de sus ataduras mentales, emocionales y religiosas se mueven principalmente en esta área…
Esta área es sumamente importante, porque nos da la entrada, el acceso, para relacionarnos con Dios y ministrar ante Él. Pero si no entendemos bien su propósito y la obra de Jesucristo podemos llegar a entretenernos y perder lo mejor: la presencia íntima con nuestro Dios.
La Biblia nos enseña que a esta Primera Etapa entramos alegres, con alabanza y acciones de gracias (Sal. 100:1-4), porque Dios desea que desarrollemos y conservemos un corazón agradecido, lleno de alabanzas para Él (1Tes. 5:18). Por ejemplo, observemos el ministerio sacerdotal de nuestro Señor Jesucristo que, la noche en la que iba a ministrar e impartir el Nuevo Pacto y luego darse en sacrificio por la salvación del mundo, lo primero que hizo fue dar gracias (Mt. 26:27; Mr. 14:23; Lc. 22:19; 1Cor. 11:24). ¡Así que, seamos agradecidos con Dios!
El Atrio también representa el lugar de la sangre, del sacrificio, de la purificación. Aquí en oración, recordamos la obra perfecta de nuestro Señor Jesucristo, le damos gracias por Su amor y sacrificio, recibimos nuevamente Su sangre y le pedimos que nos limpie, después de haber confesado nuestros pecados y arrepentirnos de todos ellos. Entonces con un corazón limpio y preparado, basados en los méritos de Cristo, avanzamos hacia la Segunda Etapa: el Lugar Santo.
Pero repito, lamentablemente, la mayoría de los discípulos de Cristo no avanzan sino que se quedan allí rumiando con sus pensamientos de culpa y vergüenza por causa de Sus pecados. Sí, creen en Jesucristo, creen que Él los perdona y les da salvación, pero se quedan la mayoría del tiempo en el ámbito religioso, permitiendo que el enemigo y la religión continuamente los juzguen y los condenen por sus fallas, errores y debilidades. Esta conducta religiosa negativa es auspiciada y reforzada por continuas predicaciones y enseñanzas que enfatizan más nuestra condición y naturaleza pecaminosa en vez de enseñar y exaltar la obra de amor, el poder y la victoria que Jesucristo nos mostró en la cruz del Calvario, resucitando de entre los muertos. Estas predicaciones religiosas enfatizan más la fuerza condenatoria de la ley, en vez del poder de la gracia que Dios manifestó en su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, perdonándonos nuestros pecados, aceptándonos como Sus hijos y capacitándonos y habilitándonos como Sus sacerdotes para la gloria de Su Nombre (Ef. 1:3-12; 2:4-10; Ro. 5:8-9).
El Atrio se puede prestar para la carne, para la religión, porque estamos en el ámbito más visible de los hombres. Y hay algo dentro de todos nosotros que nos gusta y nos impulsa a aparentar algo que no somos, eso es la carne. En el Atrio vemos todo y todos nos ven… En el Atrio nuestra carne es muy estimulada por la vista, el olfato, el oído y el tacto… Así que, allí religiosamente nos aseguramos que todo nos salga bien y nos vean bien… En vez de quitarle el poder al enemigo y a la religión reconociendo continuamente que hemos pecado ante Dios, que necesitamos a nuestro Salvador, que sin Él nada podemos ser ni hacer, preferimos escucharlos y darles poder a sus palabras condenatorias y a sus acusaciones. El remedio contra la religiosidad es un corazón contrito y humillado (Sal. 51:16-17). Así le quitamos el poder al acusador y a todos aquellos que nos condenan, diciéndoles: –¡Sí tienes razón! He pecado, por eso vengo ante mi Dios, ante mi Señor, porque sin Él nada puedo hacer, lo necesito; necesito desesperadamente Su amor y Su gracia; necesito estar en Su presencia, así que, adiós porque Él me está esperando–. Si nos quedamos rumiando con nuestro pecado y debilidades en el Atrio, no podremos avanzar hacia la intimidad que nos ofrece el Lugar Santísimo.
Para el cristiano maduro, para el hijo de Dios que tiene clara su identidad en Cristo, el Atrio le sirve es para ser agradecidos, es para siempre recordar el amor eterno de Dios, el gran amor de nuestro Señor que murió en nuestro lugar, que derramó Su sangre para perdonarnos y abrirnos el camino para nuestra relación íntima con el Padre y nuestro servicio ante Él.
Para el cristiano maduro el Atrio le da la base y el fundamento espiritual y legal sobre la cual él sabe que puede avanzar en su relación con Dios y puede ministrar delante de Él, porque él sabe que sin Cristo nada puede hacer, que separado de Él nada puede, que está unido a Él y todo se lo debe a Él (Jn. 15:5-11; Ro. 8:1-14; Gal. 2:20). El cristiano maduro sabe que lo que es y hace es por la obra del Espíritu de Cristo en él; así que su relación y su ministerio es espiritual, basada en la obra de Cristo y activada por el Espíritu, por gracia.
Para el cristiano maduro, que pone totalmente su fe y confianza en Dios, el Atrio es el lugar para recordar que ya fuimos justificados, es decir, fuimos declarados justos por Dios, fuimos aceptados y adoptados como Sus hijos, y esto por gracia por medio de la fe; por lo que ya no hay por qué sentir culpa ni vergüenza porque Dios ya nos perdonó por medio del sacrificio y la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Esa poderosa verdad nos da verdadera paz y reposo en el Señor (Mt. 11:25-30; Jn. 1:12-13; Ef. 2:4-9; Ro. 3:21-26; 5:1-8; Gál. 2:15-21; Tito 3:4-8)
En el Atrio podemos ser seducidos por la religión de poner nuestra confianza y seguridad en nuestra carne, en nuestros propios méritos y habilidades, o podemos ser dirigidos por el Espíritu de poner nuestra mirada y confianza solamente en los méritos y atributos de Cristo, nuestro Salvador, nuestro Redentor, el Cordero santo de Dios. Y podemos cantar allí el canto celestial de Apocalipsis 5:11-13 y 7:9-12:
«Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza.
Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.»
«Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero.
Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.»
En la Sexta parte continuaremos analizando este esquema de relación y ministerio que nos ofrece el tipo y modelo del Tabernáculo-Templo de Dios.
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