También dije que nuestra intimidad con Dios es posible por causa de la presencia del Espíritu Santo y Su Palabra morando en nosotros (Efesios 5:18-20; Colosenses 3:16). Ambos, tanto el Espíritu como la Palabra nos acercan a la intimidad con el Padre y el Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Así que, la Biblia y el Espíritu nos enseñan que sí podemos escuchar la Voz de Dios; que sí podemos comunicarnos con Dios amplia y profundamente; que sí podemos desarrollar una relación íntima y personal con Dios (en el secreto); porque estamos unidos a Él, por medio de Su Espíritu Santo, que Él ha hecho morar en nuestros corazones.
«La gran lección que todos necesitamos aprender en oración, en nuestra relación con Dios, es que a Dios no lo mueven nuestras grandes acciones ni nuestras emociones, sino un corazón sencillo, humilde y obediente a Su Palabra, un corazón rendido a Su Presencia, que busca Su rostro en intimidad.»
Ahora, para lograr esta intimidad, en la disciplina de nuestra vida de oración personal necesitamos enfocarnos más en la relación con Dios que en la oración misma; y enfocarnos más en cuán regular es nuestro tiempo con Dios que en la cantidad de tiempo que pasamos con Él (aunque esto también es básico).
Si desde el principio enseñáramos a los nuevos discípulos a ver la oración más como una relación que una fórmula o práctica religiosa el proceso de intmidad sería más fácil y más rápido alcanzar. Pero lamentablemente invertimos demasiado tiempo en enseñarles la «oración correcta», con las «palabras correctas», con las «posturas correctas», que perdemos de vista que estamos enseñando o entrenando a nuestros discípulos a RELACIONARSE con Dios, de manera que logren el debido diálogo e intmidad con Él. A esto me refiero cuando digo que necesitamos enfocarnos más en la relación con Dios que en lo que nosotros llamamos, enseñamos o creemos que es la oración.
Por ejemplo, un bebé no necesita ni siquiera saber hablar para lograr el abrazo más tierno de su madre o padre, sencillamente se entrega a ese abrazo, a esa intimidad, a esa relación que comunica de espíritu a espíritu, de corazón a corazón; y que le brinda, establece y desarrolla la seguridad de la relación entre sus padres y él. Así mismo, debemos enseñar a nuestros nuevos discípulos sobre la oración. Orar es intimidad con Dios, es sencillamente estar en Su Presencia, a veces sin palabras, pero con una sed profunda de Su amor y paz, una sed por Su Presencia, por querer estar con Él.
Creo que esto lo puedo perfectamente ilustrar con el relato de Elías en la cueva de Horeb ante la Presencia de Dios (1Reyes 19:8-14). Primero vemos un diálogo, pero luego vemos una maniestación. Una manifestación sin palabras, pero si lo suficientemente poderosa como para que Elías supiera lo que Dios le estaba hablando.
Por cierto, ¡este pasaje se ha malinterpretado y distorcionado tanto por aquellos pastores y predicadores que adversan sobre la libertad que debemos tener en la oración y adoración ante Dios! Pues, por lo regular usan este pasaje para ir contra las manifestaciones emocionales que libre y normalmente podemos tener ante la presencia de Dios cuando oramos y adoramos ante Él. ¡Y lo usan e interpretan violando totalmente el contexto bíblico de este pasaje! Porque este pasaje nos habla es del trato íntimo y compasivo de Dios para con Su siervo, quien venía frustrado, cansado y enojado después que enfrentó a los falsos profetas de Baal y Asera, en el monte Carmelo (1Reyes 18:20-40). Y vemos que Dios lejos de amonestar y condenar los pensamientos y emociones que llenaron el corazón de Elías, lo que hizo, de una manera firme pero amorosa, fue mostrarle Su corazón. Le hizo ver y le enseñó, sin palabras, que «la ira del hombre no obra la justicia de Dios» (Santiago 1:20), que Dios no estaba en los «poderosos vientos» de su celo, ni en «el terremoto» de su rabia, ni en «el fuego» de sus pasiones, que lo hizo degollar a los falsos profetas; que Él estaba en paz, bajo control y nada de eso alteraba el corazón dulce y apacible del corazón y la presencia de Dios (1Reyes 19:11-13).
La gran lección que todos necesitamos aprender en oración, en nuestra relación con Dios, es que a Dios no lo mueven nuestras grandes acciones ni nuestras emociones, sino un corazón sencillo, humilde y obediente a Su Palabra, un corazón rendido a Su Presencia, que busca Su rostro en intimidad.
¡No podemos meter a Dios dentro de nuestras «cajas religiosas» o ceremoniales! Porque Dios es una Persona. ¡Una Persona, por cierto, muy Poderosa!
Así que, en nuestro tiempo a solas con Dios debemos alcanzar:
- Intimidad, basada en nuestra relación personal
- Diálogo, por medio del Espíritu y Su Palabra
- Transformación, por estar en Su Presencia, por escuchar Su Voz y meditar en Su Palabra.
¡Por sobre todas las cosas, nosotros, los hijos de Dios, debemos aprender a tener comunión con Dios! Pero para llegar a ese nivel primero necesitamos invertir tiempo ante Él y pagar el precio de nuestra santidad. En este proceso vamos a experimentar una paradoja o lo que pudiera parecer una contradicción… Por un lado, vamos a aprender que Dios nos anhela, que Dios nos busca; pero por otro lado, Él no se deja encontrar tan fácilmente… Se va a cumplir lo que Él le reveló al Predicador «Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan» (Proverbios 8:17). Pero en no pocas ocasiones podemos percibir que se «esconde». Y sí, especialmente Él se «esconde» de aquellos que se acercan a Él con motivaciones religiosas, deshonestas y falsas (Isaías 58:2-3). Pero por otra parte, Él también se «esconde» para probar nuestra fe, obediencia y determinación de encontrarnos con Él, en intimidad. ¡Recordemos que estamos hablando de la Persona más grande, poderosa y maravillosa del universo! Pero que a su vez, es nuestro Padre, nuestro Maestro y aún Amigo. ¡Y también estamos hablando de una Persona! Una Persona que en ocasiones luce «predecible», pero la mayoría de las veces es «impredecible»…
¡No podemos meter a Dios dentro de nuestras «cajas religiosas» o ceremoniales! Porque Dios es una Persona. ¡Una Persona, por cierto, muy Poderosa!
Y como cualquier relación personal, la oración es impredecible, porque nos relacionamos con una Persona: Dios, quien es amoroso, sí; pero a veces y no pocas veces Él ve «cosas» y busca «cosas» en nuestra vida que nos sorprenden. Y en muchas situaciones y ocasiones Él usará diferentes recursos y medios para revelar la condición de nuestro corazón, lo cual es lo más importante para Él (Deuteronomio 4:29; 6:5-6; Salmo 7:9-11; 52; Isaías 11:1-18; 58:1-12; Ezequiel 18:31; Jeremías 12:2; Joel 2:12-14; Mateo 5:8; 15:8; Romanos 12:1-2; Santiago 4:5-6).
A veces parece no importar si terminamos la oración en «el Nombre de Jesús»; si tenemos la postura correcta, aún de rodillas; si ceemos que tenemos «mucha fe», aún más grande que un grano de mostaza; si citamos la Palabra de Dios de memoria y fielmente o no… A veces, sentimos que nada de eso funciona, para conectarnos con Dios. Pero apenas nos rendimos humilde y totalmente ante Él, reconociendo nuestra necesidad, y súbitamente nos inunda y nos rodea Su peso de gloria. ¡Así es Él, qué les puedo decir! No pocas veces se comporta como un padre juguetón y travieso con Sus hijos. Tal como bien nosotros podemos hacerlo con los nuestros…
Recordemos: ¡Dios es una Persona! Y jamás podremos encajonarlo en nuestros pensamientos o esquemas mentales ni religiosos, porque sencillamente Él es Poderoso más allá de nuestros pensamientos o capacidad de imaginación (Isaías 55:8-9). Y eso, por un lado es lo que hace a la oración tan intrigante, y a su vez, tan fascinante. Porque tenemos el privilegio y el honor de relacionarnos, de tener intimidad, con la Persona más maravillosa, poderosa y real del universo; porque nos ama, porque Él nos amó primero y nos creó para eso, para que disfrutemos de Su gloria, Su Presencia, en intimidad.
Así que, mientras avanzamos en nuestra comunión (compañerismo) con Dios necesitamos recordar que:
- Podemos tener comunión con Dios porque somos Sus hijos
- Podemos tener comunión con Dios por causa de la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. Así que, necesitamos aprender e intentar orar en el Espíritu, con Él, bajo Su guía y poder.
- Podemos tener comunión con Dios porque esa relación está basada en la verdad y la realidad de lo que enseña la Palabra de Dios.
Vamos a disfrutar nuestro tiempo intimo con Dios, en oración. Seamos flexibles, creativos y, por sobre todas las cosas, sensibles a Su Voz, para que avancemos hacia esa relación amorosa e intima que anhela nuestro corazón.
En la Tercera parte de este mensaje vamos a detenernos a estudiar un poco más nuestra relación íntima con Dios, por medio de la oración. Si desea proseguir con la Tercera parte, haga click aquí.
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